Martes, 02 de Julio 2024

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Ni que fuera tan difícil

Por: Augusto Chacón

Ni que fuera tan difícil

Ni que fuera tan difícil

Con la igualdad puesta en carácter de carne de discurso, en el corazón de las ofertas de mujeres y hombres en busca de regir en algún puesto de elección popular y hasta como contenido en los libros de texto, tenemos pie para practicar el estéril deporte de ponernos mentalmente en el sitio de, por ejemplo, el Presidente de la República, para postular, con más conocimiento de causa que el mismo Presidente: si yo fuera él, haría lo que nadie y los criminales y los corruptos y los incompetentes vería su suerte, su mala suerte.

Todos somos capaces de ser presidentes porque todos, todas, sabemos lo que es imperativo hacer, y si uno conoce lo que ha de hacerse, ni modo que sea difícil poner en práctica lo necesario para conseguir ciertos objetivos, digamos: meter a la cárcel a los delincuentes, hacer buenas carreteras, poner, así, poner hospitales con doctores capaces, medicinas, aparatos y atención rápida y cálida y sábanas limpias, por supuesto, la pobreza desaparecería en el país de maravilla que México sería si yo fuera Presidente. El jueguito es catártico, por un rato, pero no sirve para que desde el país que imaginariamente diseñamos evaluemos el que objetivamente vivimos, y a partir de eso contrastar los anhelos con la realidad y calcular si los gobernantes se aproximan, con sus acciones, no con sus dichos, a intervenir en lo que apesadumbra.

Hay una posibilidad mortificante: a lo mejor mucha gente que se da al entretenimiento de “si yo fuera…” piensa cosas como: si yo fuera presidente, regalaría dos o tres miles de pesos mensuales a quien pase de los 65 años, pobres y ricos; o, si yo fuera presidente haría cosas que aunque a muy pocos les sean útiles, estarían bien padres: un tren turístico a dos mil kilómetros de todas partes, una refinería con muchos tubos y chacuacos y manómetros y lucecitas en los controles, y si no refina, ni modo, me sentiré el general Cárdenas; o, si yo fuera presidente, le daría a las Fuerza Armadas cuanta responsabilidad no tenían y presupuesto amplio, sólo para ver la cara que ponen algunos con mi originalidad; o, si yo fuera presidente, todos los días diría lo que pienso de lo que sea, para que los que nunca me escucharon se enteren de que sé mucho de historia, de economía, de política, de periodismo, y a quienes me aleguen… a ver si se atreven. Si en la imaginación de muchas, de muchos está esto, y cosas similares: para qué desear ser presidente si ya hay uno hace lo que yo haría, y la que le sigue también.

A esta reflexión (tal vez sea excesivo llamarle reflexión) se le atraviesan dos dudas, también mortificantes, ¿será que en México igualdad significa tener el turno para devastar como lo tuvieron otros, antes? Y se trata de que los que entonces estaban más o menos satisfechos con el estado de cosas ahora estén enconados, como los estuvieron aquellos otros. ¿Será que en medio de los que disfrutan las obras de los gobernantes y los que las padecen, hay un grupo -no los mismos, pero los de siempre- que ha medrado a pesar de cualquier circunstancia del país? Un grupo que no requiere del ensueño “si yo fuera” etc., a cambio podemos conjeturar una charla consigo mismos: mis amigos y yo estamos al centro suceda lo que suceda; además, es divertido ver a la bola de ciudadanos darse a la dizque democracia, a la dizque libertad, a la dizque esperanza, y azuzarlos para que así sigan.

Para escapar del fatalismo implícito en estas especulaciones, proponemos un añadido romántico a la ciencia política: el consenso de las ilusiones, que debería ser paso previo a la designación de ocupantes de carteras en el Gobierno del Estado (para el nacional es demasiado tarde) y a la formulación de planes y presupuestos. Por ejemplo: si yo fuera gobernador reuniría a veinte de las mujeres y hombres más listos y preparados del Estado para que hicieran un diagnóstico objetivo de los temas importantes, uno que responda a las siguientes cuestiones. ¿Por qué tantos homicidios? ¿Por qué tantos desaparecidas, desaparecidos? ¿Por qué hay tanta gente armada en las calles, en el campo? ¿Por qué la vergonzosa impunidad? ¿Por qué la violencia de todo tipo? ¿Cuánto pesan contra la economía del estado el robo de mercancías, el cobro de piso, la extorsión? ¿Por qué la gente va hacinada en el transporte público? ¿Por qué el servicio que presta es indigno? ¿Por qué la deforestación? ¿Por qué la mala calidad y la escasez del agua? ¿Por qué el río Santiago está a punto de morir? ¿Por qué la educación es deficiente y poca? ¿Por qué las zonas metropolitanas de Jalisco apuntan sin freno al desastre social, ambiental, de la movilidad, de la calidad de vida? ¿Por qué el sistema de justicia, del primer respondiente a la estructura carcelaria, pasando por la Fiscalía y el Poder Judicial, está quebrado? ¿Por qué lo que se discursea sobre la prevención del delito y la violencia no tiene efectos en la vida cotidiana? ¿Por qué no confiamos en las autoridades, las que sean?

Si yo fuera gobernador, convocaría a una rueda de prensa para dar a conocer el tal diagnóstico (del que ya existen partes, sólo que ningún gobernante las ha hecho suyas en conjunto). Además, si yo fuera gobernador nombraría a personas capaces de atender lo que aparezca, sean o no de mi círculo cercano o del mandatario previo. Quizá el consenso de las ilusiones se consiga a partir del diagnóstico soñado, para que una mayoría destacable (toda unanimidad es sospechosa) afirme: no preciso imaginarme gobernador, basta con darme cuenta de que aquello que hay por enmendar es atendido.

agustino20@gmail.com

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